IBACACHE, MISTERIOSO Y DESCONOCIDO: PEOR LUGAR PARA VIVIR, MEJOR LUGAR PARA VACACIONAR


Por Inés San Martín De Vasconcelos

Hace diez años, vivo en Ibacache, un pueblito de mierda, perteneciente a la comuna de María Pinto (RM) y ubicado a sólo 70,8 kilómetros de la capital. Encontrarse tan cerca y tan lejos de la civilización, lo convierte en el peor lugar para vivir, pero  al mismo tiempo, en el mejor lugar para vacacionar.

Viví toda mi infancia en Bellavista, Santiago Centro. Rodeada de edificios, museos, espacios turísticos y patrimoniales. El único punto “verde”: el Parque Forestal y su entorno. El único atractivo “natural”: la corriente del hermoso Mapocho.

En el 2000, mis padres decidieron comprarse una casa a las afueras de Santiago, cerca de Calera de Tango, donde los pitucos y siúticos de inicio del milenio, construían sus mansiones y/o armaban sus condominios privados. Ahí estuvimos, hasta  diciembre de 2007: fecha en que, un derrumbe financiero corrompió mi hogar, y nos vimos obligados a migrar muy, muy lejos de ahí.

Así, llegué a Ibacache.  Luego de haberlo perdido todo, como el chavito: con una mano por delante y la otra por atrás. Y claro, con una madre, un padre, tres hermanos y muchas deudas. Sin bienes. A empezar desde cero, pero no en la ciudad, sino en el campo.









Un escenario totalmente bucólico, nos dio la bienvenida: vacas, ovejas, caballos, montañas, árboles frutales, pan amasado hecho en horno de barro y tortillas de rescoldo. Sí, tortillas de rescoldo, que nos traían los vecinos, a modo de “cordialidad”, por ser nuevos ahí.



Jamás voy a olvidar ese día, ni el sol del veranito de campo, pegándome justo en la cabeza, ni el olor de las tortillas de rescoldo recién horneadas, ni la simpleza de la gente campesina, ni el inicio de mi ruralidad.



Los primeros años fueron complicados, tuvimos que adaptarnos a un montón de cosas nuevas. De golpe descubrí que Santiago no era Chile, y que existían lugares, personas y vida, en la periferia de la capital. Por primera vez, supe identificar en un mapa (y en la realidad) qué tan cerca y lejos se puede estar de las oportunidades y del progreso.



Caminos de tierra, escuela rural, leyendas de viejas casonas embrujadas, agua de pozo, ausencia de señal telefónica y de internet, además de una pésima conectividad de transportes, fue la tónica hasta como 2010, cuando pavimentaron el camino principal.



Hoy, en pleno 2017, las conexiones siguen siendo pésimas y el transporte interurbano un asco. Los amistosos vecinos, se transformaron en sapos sin vida propia (“pueblo chico, infierno grande”), y la gran casona de Los Matte, sigue estando media embrujada.  Sin embargo, prefiero por lejos el campo.




Sigo prefiriendo viajar tres horas hacia Santiago y tres de vuelta, todos los días. Sigo prefiriendo despertarme de madrugada y acostarme con las gallinas, con tal de deleitarme con esa tranquila belleza que me evoca Huasolandia. Porque descubrí que, existe un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, en lo que podríamos llamar “unas eternas vacaciones”, y ese lugar es Ibacache.


Si eres de las/los que disfrutan despertarse con el cacareo de las gallinas, escuchando pajaritos cantar sobre un manzano, y percibiendo cómo el sol se asoma casi artísticamente por tu ventana, tienes que conocer Ibacache.


Si eres de las/los que gozan la brisa fresca en verano (en vez del calor agobiante de Santiago), y comer un jugoso trozo de sandía, tienes que conocer Ibacache. Porque sí, las sandías de Paine quedan chicas y amargas al lado de las frescas maravillas que te ofrece este rincón de María Pinto.


Si eres de las/los que se deleitan mirando el cosmos desde una hamaca, contando estrellas fugaces, mientras fumas sin remordimiento un par de cigarros, tienes que conocer Ibacache. Porque sí, también el cliché popular que dice que en el Valle de Elqui se ven las mejores estrellas del mundo, se convierte en un tremendo mito, cuando te encuentras frente a la majestuosidad y pureza del cielo del campo.



Y si eres, de las/los que después de fumar un par de cigarros, y balancearte en una hamaca, deseas capturar los astros y guardarlos en una botellita de vidrio para el recuerdo, tienes, definitivamente, tienes que conocer Ibacache.


Si bien, no es el mejor lugar para vivir, debido a su escasa conectividad y a su lejanía de las luces y el progreso, sigue siendo el punto donde encuentro esa paz que, no me da una iglesia, un gurú, ni un templo.


Mis mejores vacaciones las he pasado acá. Sea invierno o verano. Con olor a tierra húmeda, a polen o a sol. Con una taza de café bien caliente o un vaso de juguito natural en la mano. Leyendo a Houellebecq o a Bolaño (dependiendo del estado anímico). Siempre esperando noches despejadas para observar la magia de las estrellas escarchadas. Contemplando las lluvias y los temporales más furiosos o los atardeceres más poéticos.




Repito: mis mejores vacaciones las he pasado acá. Y llega a ser tanto mi amor por huasolandia que,  incluso, cuando mis padres desean buscar otro lugar para vacacionar (como el litoral, etc, etc, etc), yo sigo prefiriendo Ibacache.







PD: Si eres de los que aman las cosas simples y bellas, construye una casa en la pradera, pero en una pradera de Ibacache. Porque pueblito de mierda y todo, sigue siendo el lugar más hermoso que conozco en esta Tierra.










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