“RENÉ DE LA VEGA” [homónimo], (1999): Un corto, pero intenso álbum, para quedar sordo o morir de vergüenza ajena

Por Inés San Martín De Vasconcelos

Ícono del despropósito, la mala copia de Elvis Presley, desafinado, con muy poco oído musical, descoordinado al bailar, con letras que perfectamente pudo haber escrito y memorizado un niño de menos de tres años, René Arturo de la Vega Fuentes, intentó pasar a la historia, y claramente lo logró. Tal vez no por sus logros, sino por sus fracasos.

De joven soñador a alcalde de Conchalí. René de la Vega es el típico ejemplo de perseverancia a lo chilensis. Sí, un adolescente de clase humilde y trabajadora que, motivado por sus padres, intenta convertirse en artista de televisión, cantante, estrella.

Es duro decirlo, suena pedante. Pero hay personas que definitivamente no nacieron para cantar. Si no me creen, escuchen a Miguelo o al Negro Piñera, grandes exponentes de la nula capacidad vocal y la ridiculización del canto.

Por la misma línea iba el jovencito (ya no tan jovencito) René de la Vega, quien en 1999 brinca al estrellato, al lanzar su primer álbum de estudio, el homónimo y creativísimo  René de la Vega. Trabajo que básicamente debe su éxito a dos temas, en particular, de los diez que incluye el disco: Chica rica y Chica colegiala.

Así es, diez canciones que hablan de lo mismo: superficialidad, amor adolescente, muchachas guapas, arena, bikinis, verano. Fin. Eso es todo. No hay variación. No existe profundidad.

La misma mierda, con distintas tonalidades; la misma caca, con distintos nombres.

Sin embargo la pregunta es: ¿cómo pudo haber alcanzado éxito rotundo una porquería de este calibre?... Y la respuesta es obvia: de todo encontramos en la viña del señor.

Pensemos en el Chile de los 90s, específicamente en el Chile de 1999. Un país que recién venía saliendo de una cruenta dictadura, algo así como la “primera década de democracia”, como la “renovación” de la camada de artistas que estaban acostumbrados a ver nuestros padres y abuelos en la televisión: Patricia Maldonado, Los Huasos Quincheros, Lucho Jara, Myriam Hernández, Marcelo de Cachureos, el Pollo Fuentes, los dos vagabundos (bohemios sin oficio, para que suene más lindo) que mencioné cuatro párrafos más arriba, en fin: mucho ruido y pocas nueces.

No podemos desconocer que un régimen de derecha tan sangriento como lo fue la dictadura del tata pinocho, dejara, evidentemente, secuelas en el campo de la cultura y las artes. No es extraño comprender entonces que, personajes como el casi “Presley chileno”, batiera records de sintonía y lograra arrastre entre las muchachitas de la época. Algo para nada llamativo, si tomamos en cuenta que, a la fecha, lo mismo ocurre con grupos Disney de moda o con los asiáticos que la rompen con su k-pop.

No obstante, en 1999 era mucho más comprensible que una canción sin temática, con un ritmo pegajoso y un video que centraba el contenido en la figura de un apuesto muchacho con colorida tenida, causara furor, delirio y éxito comercial. Sí, señor, porque ¿qué más podemos pedirle a un país, que por más de diecisiete años, mató, liquidó y/o censuró a sus artistas de peso?... ¡Nada!

René de la Vega tuvo sus cinco minutos de fama, y pucha que los gozó. Grabó videoclips que rozan lo patético, donde el abuso de clichés y ornamentos, dan como resultado: una estética sobrecargada y ridícula, lo que hoy podríamos catalogar de kitsch.

Ejemplo de lo anterior, es precisamente el video más popular del seudo cantante, me refiero al clip de la canción Chica rica. Donde a todas luces, se puede apreciar lo cursi y pretencioso de la estética: sus hermanas haciendo los coros, otra bailando, unos tíos de René, tocando instrumentos, y un auto, mezcla de transformers y  jabalí prehistórico. Ah, y bueno, tras la cámara: el papá como mánager y la mamá como vestuarista y maquilladora.




Un negocio familiar redondo, que en ningún momento distinguió límites a la hora de humillar al pobre René. Pareciera ser que lo importante era ganar dinero, alcanzar el estrellato, conseguir pantalla, ojalá llegar al Festival de Viña (si no sabes lo que pasó en Viña 2000, pincha el link adjunto) y grabar a como diera lugar, álbumes sin pies ni cabeza.




Por otra parte, el homónimo de René de la Vega, llega a ser tan, pero tan patético, que muchas de las canciones que se desprenden del álbum, no se encuentran disponibles en youtube, ni en dezzer, ni en spotify. Son tan malísimas, que ni siquiera los fans las han subido a dichas plataformas.

Y repito, no se trata de ser hater o pedante, pero escuchar los 31:10 minutos que dura el disco, es toda una odisea. Y lo digo yo, que por fortuna o desventura, me encuentro con mi oído izquierdo totalmente tapado por una otitis aguda. Pobre oído.  Pobre oído derecho.

La tortura empieza con Chica rica, una pieza musical (si es que así puede llamarse), sin ritmo ni métrica, con una melodía poco evolucionada, poco trabajada, y un teclado semi pegajoso,  que viene a “dar forma” a este gran himno del desastre.

Le siguen, sin penas ni glorias: Solo un día, Por tu Pelito, Funky Blue, Muévete, Dame Protección, Soy Capaz, Que no se Vaya el Amor y Si me dices Otra Vez. Probablemente, títulos que jamás en la vida habías leído,  ni escuchado, exceptuando sus dos hits (dedicados  por cierto, al perfil de mujer que promueve el patriarcado, casi como a una chica vacilona que se viste siempre a la moda,  que es feliz calentando sopa/enamorando chicos  y  bla bla bla).

Y digo que le siguen sin penas ni glorias, porque fueron temas que, ni al minuto de ser lanzadas, lograron popularidad. Lo mismo ocurrió en 2002, cuando luego de muchas críticas y burlas a su música, René de la Vega, lanza lo que sería algo así como “un manifiesto de su depresión”. Titulado: “Vuelvo a vivir”, el segundo álbum del casi artista, estuvo  muy lejos de alcanzar la notoriedad de su homónimo de 1999, marcando drásticamente el fin de su poco talentosa, pero mediática carrera.

El álbum “Vuelvo a vivir” (2002), es el responsable de liquidar a René de la Vega. Malo, malísimo. Con sólo dos temas que quedaron parcialmente en el inconsciente colectivo: Bang y El llamado de la Selva, buscaba entregar una nueva propuesta visual, basada en el cómic y una atmósfera muy sci-fi (science-fiction) de cine gringo. Pero claramente, sin buenos resultados, con letras que rozan lo infantil y que no alcanzaron trascendencia.




Sin embargo, y más allá de lo terrible de su música, de su mal gusto (estéticamente hablando) y de tratarse nada más y nada menos que del “hermano humilde de Presley” (versión chilena, claro); el éxito comercial de Chica rica, su único gran hit, le valió ganar  múltiples invitaciones a programas de televisión, cariño y reconocimiento popular, además de las tan extrañas y sorprendentes elecciones municipales en Conchalí. Sí, porque actualmente es alcalde de dicha comuna. Créalo o no, así son las vueltas de la vida.



Y claro, porque René de la Vega, “el chico rico de los 90s”, al igual que la chica que menciona múltiples veces en sus canciones, mató, pero no por bueno ni irresistible, sino por malo, malísimo, tanto auditiva como visualmente, aterrador.

Querido René, si llegas a leer estas líneas, sólo te diré que valoro tu increíble valentía, tus ganas de romper esquemas y marcar vanguardia, pero si hay algo que agradezco y que realmente valoro, es que hayas dejado la música. La política es otro cuento, pero definitivamente, no eras bueno, y los oídos sufren.

Luego de la tortura de treinta y un minutos diez segundos, me tiro en la cama, me pongo de lado y me aplico cinco gotas oticas en cada oído. Porque la amoxicilina no es suficiente y siento que mis tímpanos chillan.

Sin duda alguna, el René de la Vega (1999), es una experiencia para valientes. Corto, pero intenso, desconocido y peligroso, viene a darte dos opciones: quedar sordo, o morir de vergüenza ajena.

Que René siga patinando junto a Lavín, arreglando las calles de su comuna y cantando sólo en eventos familiares.

**Calificación del disco: 1000% recomendable para suicidas. 


¿Te atreves a escucharlo?



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