AMAMA, más que una palabra palíndromo
El último trabajo del director vasco Asier Altuna se presenta como la nueva
película revelación del País Vasco. Manteniendo el listón alto que tiene ahora
el cine vasco tras el exitoso
trabajo de los también directores vascos de la película LOREAK; Garaño y Goenaga.
Euskadi quedará en la memoria por sus paisajes, por su comida, por su
gente… Pero también por su buen cine.
Herramientas agrícolas y ordenador,
caserío y ciudad, independiente y dependiente, tradición y modernidad… AMAMA es
el resultado de la unión de dos mundos completamente distintos.
Raíces. Las raíces que conectan los
arboles con la madre tierra. Las raíces que atan la familia con el pasado,
presente y futuro. De esto trata este filme: la conexión de las raíces.
Silencio. El silencio transmite con grandeza la rotura que se crea en los
traspasos de las generaciones del caserío. Pero Altuna también ha exprimido al
máximo las palabras, dándoles la fuerza que merecen; ejemplo de ello la
relación y las conversaciones de padre e hijo, que parecían ser condenados a no
entenderse nunca entre ellos.
Color e imagen. Otro aspecto muy
importante en el film: las imágenes llenas de color y textura dan cuerpo y vida
a la narración y gracias a ello se consigue dar ese aspecto místico y
misterioso. Las raíces pintadas en la palma de la mano de Amaia (Iraia Elias) y
la exposición de arte que aparece al final de la película son otras muestras de
una combinación de espiritualidad y racionalidad. Por otro lado, relacionado
con esto, es importante mencionar la parte de Amaia: quiere que el presente sea
transparente, sin ningún problema familiar, quiere el bien para todos para que
en el futuro nadie olvide cuál es su origen.
Para entender toda la historia en su
plenitud es necesario fijarse en la protagonista: AMAMA (la abuela). Hay un
refrán que dice así: La palabra es plata y el silencio es oro. Esto se ve
reflejado muy bien en esta película, una abuela que sin decir nada lo dice
todo. Su mirada y sus gestos tienen el poder de reflejar la personalidad de
cada personaje, su silencio hace que los demás saquen sus pensamientos en cada
momento. Su silencio es poder. Ella es poder. Bajo sus ojos han nacido y han
crecido todos y cada uno de los habitantes del caserío.
El protagonismo de la abuela cae sobre
los hombros de Tomas (Kandido Uranga), el padre de la familia, a mediados de la
película. Cuando tira el tractor por el monte abajo o cuando corta los árboles
que tantos años tardaron en crecer simbolizan su impotencia, impotencia porque
es consciente que poco a poco está terminando la vida, que nunca más volverá y
tendrá que enfrentarse a una nueva realidad. Pero a pesar de todo, ve
esperanza. La esperanza que simbolizan los brotes de los arboles recién
plantados.
Aunque parece que todo está claro,
todas estas pequeñas pistas que el director dosifica a lo largo de la película
no cobran sentido hasta en los últimos minutos del film. Hay que esperar hasta
el final para ser consciente del mensaje: aferrarse a las raíces de la familia
y nunca olvidar el pasado, ya que gracias a ello tenemos el presente y
tendremos un futuro. Amama nos da esa lección; aunque la tecnología, las nuevas
ideas modernas invadan la tradición, nunca hay que olvidarse de dónde venimos,
nuestra procedencia.
Altuna ha simbolizado los valores que
ha tenido y tiene el País Vasco y los ha defendido durante toda la película,
sin perder detalle. El director ha hecho un trabajo excelente, representando el
origen del País Vasco. Un lugar tradicional, donde solo había caseríos, un
lugar rústico que se ha convertido en modernidad, pero siempre sin perder su
esencia.
Nerea
Aramburu



Me gusta mucho la forma en que esta escrita. Original y de sentimientos.
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