Blondie


POR NICOLÁS GÓMEZ
Si pasas por los alrededores del metro Unión Latinoamericana durante un día laboral, será imposible escapar de los locales de ropa a bajo precio, señoras acarreando bolsos y anticuchos vendiéndose en las veredas.  Es un lugar que de día nunca parece vacío, pero que siempre está lleno de ajetreo y de ruidos ensordecedores.

Sin embargo, por la noche…

Por la noche se convierte en un sitio aparte.  Las tiendas quedan cerradas mientras lo único que sobresale de ese sector que parece abandonado es una letra “B” encerrada en un círculo iluminado, por sobre el techo de Alameda 2879. Es la B de Blondie, la discoteque que lleva el nombre de la banda de Debbie Harris y que a lo largo de sus 24 años ha transformado sus pistas en ícono de la movida alternativa – musical y de estilos – de Santiago.

Es uno de los pocos locales donde puede sonar The Smiths y Arcade Fire en una misma noche, pasando por New Order hasta techno minimal. Acá radica el atractivo de Blondie: ofrecer instancias para un público antes underground, hoy indie, se encuentre y pueda bailar las canciones que siempre amó, pero que no sonaban en las discos de Bellavista.

Son tres pistas que se distribuyen a lo largo de sus 1.800 metros cuadrados y varios niveles. Todas las pistas cuentan con un DJ diferente y que pinchan distintos estilos musicales hasta que la fiesta se acaba. Siempre alrededor de las cinco de la mañana.

 La entrada varía entre los $3.000 y $4.000 pesos dependiendo del evento y la hora que llegues, y con una preventa que termina a las 0:30 hrs.


Al entrar, todo se torna de un color azul violeta. Desde el primer piso hacia los subterráneos, todo está teñido de ese color que le otorga una estética especial y clandestina. Mientras desciendes, puedes encontrarte con retratos de Depeche Mode, Bjork o Brandon Flowers estampados en las paredes. Entremedio hay una guardarropía, que cobra $1.000 y $500 para guardar bolsos y abrigos respectivamente, a cambio de una tarjeta que debes cuidar toda la noche.

“Kitsch”, “Skins”, “Cabaret”, “Indie University” son los nombres de algunas de las fiestas temáticas que rotan todos los meses por el local, y que son parte esencial del atractivo de la discoteque.

En las pistas ocurre la magia. Gente de todas las edades, algunos más experimentados que otros, los debutantes, los grupos de amigos y las parejas se mueven entre luces de colores y videos de Blur. La principal cuenta con una bola disco y una pantalla gigante donde se proyectan los videos que el Dj pincha. La secundaria, más pequeña, posee un piso con luces de colores que cambian y a veces hipnotizan. Acá frecuentemente encuentras una oferta distinta a lo que suena en la principal y eso permite el viaje entre una y otra. La tercera pista consta de una pequeña sala para fumadores.
En estas mismas pistas han hechos sus pasos de baile desde Camila Moreno, Denise Malebrán, hasta Gustavo Cerati, uno de los clientes más ilustres que pisaron la Blondie.

Nadie se equivoca al decir que está aislada. A pesar de ubicarse muy próxima a Estación Central, la Blondie se aleja mucho de estar inserta en un barrio bohemio. En ese sector de la Alameda, es difícil encontrar otro local de sus características, lo mismo para las botillerías.

Beber dentro del local es sólo para bolsillos que aguanten. Son tragos comunes, pero a un precio difícil de acceder para un universitario que en la entrada ya gastó la mitad de lo que tiene. Por lo mismo, es recomendable consumir algo afuera o en la casa antes de entrar.  Acá un vaso vodka más tónica llega a los $3500, mientras que una botella de agua mineral cuesta $2.000.

Cuando el DJ toca la última canción y todos deben salir, aún es de noche y el amanecer está a casi una hora de llegar. A esa hora es difícil encontrar micro y el metro sigue cerrado. Uber es una opción si tienes para pagarlo, el resto tendrá que esperar a que las micros vuelvan a pasar.

Pero no dan ganas de salir.

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