Cueca Brava: juego de seducción

Ilustración de Rodolfo Jofré. 

Septiembre nos tiñe de rojo, ese que en días nos vuelve los seres más patriotas y nos entrega agallas para hacer los actos más pecaminosos en nombre del país. Durante este tiempo, el reggaetón y la cumbia le dan espacio a la cueca, que a pesar de ser una danza nacional, pocos internalizamos como costumbre.

¿Podríamos bailar cueca en un carrete? Varios se tirarían las mechas buscando respuesta a esta interrogante, argumentando que es anticuada y su estilo no calza en ese ambiente. Pero aquí estamos, en busca de la reivindicación de ella.
La cueca se divide en varios subgéneros, no tanto en cuanto a composición, sino a sus temáticas y forma de bailar. A veces se puede volver difícil hacer la distinción, pero es cosa de ponerle oído. En un principio se caracterizó por narrar historias campestres, eso hasta que la población empezó a migrar a las ciudades y sus vicios se hicieron más interesantes de cantar.

Es aquí donde aparece la cueca brava, reina de las noches citadinas en cantinas, donde las mujeres de buena vida y los trabajadores son los que mandan, la que nos invita al jolgorio hasta el amanecer. Bajo esta lógica, nos encontramos canciones que no son necesariamente folclóricas, más bien populares.

Aunque es un homólogo de otros estilos de países vecinos, busca encontrar una identidad propia dentro de una población específica, que es la gente de ciudad. En el colegio suelen enseñar la clásica, esa que alguna vez odiamos porque nos obligaron a usar colorinches vestidos para presentarla. Sin embargo, se olvidaron de mostrarnos ésta
.
¿Por qué la brava es tan prohibida? Será porque es un juego de seducción, uno donde aflora la sexualidad en la mirada con el compañero de baile. Es atrevida, envolvente y por qué no decirlo, caliente. Quien nunca se ha dedicado a oírla pensará que es una exageración, pero es realmente un sentimiento.

Atrás queda eso de que el huaso debe guiar a la dama y pasearla. Acá se da rienda suelta a la sensualidad, donde las reglas del baile pueden ser cambiadas a gusto del consumidor. Lo importante es que siempre impere la complicidad de quienes se entregan a este juego.



Ahora bien, la cueca parece ser recordada sólo cuando vamos llegando a septiembre. Ahí sí suena en las calles, el supermercado y hasta en las tiendas de retail más siúticas, todo con tal de ponernos “a tono” con la festividad. Pero jamás debería quedar en el olvido.
Algunos pueden considerarla como algo simbólico del patriotismo, razón para estar en su contra o simplemente no aprobarla, aunque va mucho más allá de eso. Al chileno le gusta admirar lo de afuera, no obstante, desprecia lo más cultural y propio que tiene. ¿Por qué nos detenemos a ver una pareja bailar tango y no cueca brava? Si finalmente, en esencia son lo mismo.

Son muchos los artistas que han llevado estas tonadas a grandes escenarios actuales, como el festival de Viña y Olmué, como también bares donde sólo se escucha y baila este estilo. Se ha intentado visibilizar de muchas formas, pero para algunos sigue siendo un simple show de 18.

La cueca se vio mermada por la cumbia, que en cierto punto de la historia se volvió más transversal generacionalmente, a tal punto que hoy en día tenemos un tipo de “cumbia universitaria”. Un fenómeno así no sucedió con el baile nacional, ya que se mantuvo intacta, a raíz de este mismo patriotismo que la envuelve.

Si hablamos de carretes, el reggaetón y la cueca brava no están muy alejados. Ambos cumplen el patrón de la pareja, el contacto visual, el deseo. Pero la cueca está estigmatizada, encerrada, siendo botada y recogida para fiestas patrias. El único pecado que cometió fue ser nombrada algo nacional.

Obviamente es vista como algo folclórico, propia de una estación del año. Aunque sus raíces así lo demuestran, su desarrollo no fue hecho con ese fin. Al igual que los otros estilos mencionados anteriormente, su objetivo era la entretención, no convertirse en un símbolo. Por esta razón, debería ser apreciada.

Reivindicarla no significa escuchar cueca brava en todos los carretes, sino darle el espacio que culturalmente le pertenece y, asimismo, apropiarnos de ella. Darnos cuenta que zapateándola se puede pasar igual de bien, sobre todo cuando el alcohol ya nos hace tambalear. Disfrutarla como un estilo más, sin los prejuicios de ese patriotismo que se intentó implantar, bailarla como lo que realmente es: un juego de seducción. 




Por Nathalie Troncoso.

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