JUAN FERNÁNDEZ: (El) Lugar donde las personas siguen siendo humanas

No, no mencioné a Felipito. Aún es un tema sensible para ellos
Una calle y una empinada subida. Sí, eso es técnicamente “lo pavimentado” de Robinson Crusoe en Juan Fernández. Que viéndolo desde cierto punto no es para nada terrible, porque una curiosa naturaleza y mucho mar - respetados por su gente, por lo demás - es lo que predomina en este pequeño trozo de tierra en medio del Pacífico. Donde no sólo llama la atención una pirámide autóctona - se supone que natural, yo creo que fueron los grises o los visitantes del cosmos -, sino que es su gente, su principal tesoro. Y no el que hasta el día de hoy anda buscando “El Gringo”, como ellos lo llaman. Son las personas que aquí habitan las que se mimetizan con la mística virginal de sus cerros y su adorado mar. Cosa que te saben contagiar.
Fui como en agosto del año pasado - gracias al Dios de la música -, justo pa’l Festival de la Langosta que se celebra todos los años. Es el evento del año y reúne a casi toda la población de Juan Fernández, que es alrededor de 800 personas, y esto en plenas vacaciones de invierno del “conti”. Claro, porque ellos se auto distinguen de quienes no pertenecen a la isla. Cuando digo ellos entiéndase por pescadores, artesanos y sus familias, gente de la muni de Robinson y los que viven a costas de la naturaleza, la tierra y el exótico ganado.
Es que en realidad son re pocos quienes logran acostumbrarse a la falta de tecnologías hiperconectadas. El internet es más lento que tortuga volá, - cosa que yo no lo veo nada de malo- de hecho, por mí me hubiese quedado caga’o de la risa -. Amas la naturaleza o amarás la naturaleza.
Son personas con una visión totalmente especial del mundo. Mentes sanas, descontaminadas, viviendo a su ritmo y con una amabilidad que se les cae de los bolsillos. Y era un patrón que se repetía harto aah. Ultra preocupados -incondicionalmente- y muy atentos. Si llegas a ir, ellos mismos pueden darte un tour por toda la isla, por mar o tierra, o ambos en verdad, y por una módica suma de compañía, risas - sí, esa risa también la permiten - y uno que otro cortito de un destilado. En lo posible whisky, -proveniente de contrabando en barcos “piratas” o proveniente de contrabando en el Aquiles, buque de la Armada que todos los años realiza un solo viaje-.  Lo que no es pa’ nada económico, porque es aquí donde salen los inescrupulosos y les sacan un ojo por uno que otro enser que no se encuentra fácilmente.
Con decirles que tuve el privilegio de comer langosta a las brasas arriba de un bote pesquero. Cáchate esa. Todo gracias a la hospitalidad del Jaime y su pequeño hijo, que nos invitaron a recorrer su mar y a pescar con rollo en su súperhipermega lancha. La misma que los viste, alimenta y los quiere, gracias a lo que el mar les provee. Si esto no es 5 estrellas para ti, me da lo mismo, bien merecidas las tienen. Y porque también pudimos comer lo que recién habíamos pescado. ¿Más fresco dónde?
También nos llevaron a conocer donde los cuentia’os andan a la siga del tesoro del Pirata Robinson Crusoe, quienes mandados por “El Gringo” sacan y sacan tierra - y a pura palita - buscando lo que sería el tesoro que esconde en alguno de sus rincones esta tamaña maravilla natural. Pero siempre y cuando dejen en el mismo lugar hasta la última piedra, cerraban.
Y no todo es el mar en esta caja de Pandora de maravillas.  Además de hacerse chupete todo lo proveniente del puerto, su dieta consiste en chivos y liebres. Claro que todo resguardado bajo un alto autocontrol y respeto por la naturaleza, quien les regala un particular estilo de vida, - con calidad de vida, en vida -.
Tienen un respeto estricto con su islita. Los pescadores miden cada pez y langosta que sacan de la alfombra marina, y así separan sus botines. Pececillo prematuro vuelve al mar, el grandote del balde pasa al hielo y de la bodega se va directo como producto a exportar.
Esto es admirable, vi cómo respetaban su entorno, hasta su vida misma y te lo enseñaban. Claramente de ahí viene el especial sabor de su gastronomía marina, tiene un ingrediente que se llama humanidad y amor por lo sencillo, por lo real. Tampoco puedo quitarle mérito a la cocinera que además nos soportó 3 días en su “Posada del Pirata”. - Acá les saco pica, y es la única vez que lo mencionaré -, claro, porque tuve el placer de comer de las mismas manos que alimentaron al aún recordado Halcón de Chicureo. Aquí nos quedamos también. Excelente lugar, con vista piramidal. Y por lejos la mejor comida que ha pasado por esta guata. Volví redondito al buque.
Si amas el peligro, más de 10 horas del conti en avioneta no vas a tardar. Pero allá tú ir viajando y que en pleno vuelo cambie el rumbo del aire. Igual lo dije pa´ asustarte, pero que si lo contrastas con día y medio en altamar, en un buque de la Armada y bajo las leyes de un barco militar, no es tan mala opción. Sumando ida y vuelta son dos días y dos noches. Eterno, pero gran experiencia. Nada en contra los marinos, nos trataron filete -porque íbamos a musicalizar la cosa no más-, pero ahí me cuentas si soportas las estructuras militares - espacio para vomitar y no de náuseas-.
Sin duda un viaje con experiencias sabrosas desde su inicio, no tan sabrosa como la humanidad que aún posee este punto - con pirámide incluida -en medio de la inmensidad del mar.












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