Up (2009): llegando a las nubes



Los géneros de películas que me gustan son tan variados que, al momento de pensar en mi favorito, siempre tengo dudas. Desde el drama hasta la ciencia ficción ocupan mis primeros lugares en cuanto a filmes preferidos, pero jamás olvido a Up: una aventura de altura (2009), la película de Pixar que vería una y mil veces más.

Es chistoso pensar que a mis 21 años esté una película animada entre mis favoritas, pero la razón de esto es porque es mucho más que un film de este género, ya que es capaz de calar en la emotividad de cualquiera. Pixar nos tiene acostumbrados a esto, sólo hay que pensar en la trilogía de Toy Story (1995, 1999, 2010), Buscando a Nemo (2003) o WALL•E (2008). Las tramas van mucho más allá que un relato infantil que busca hacer reír a los más pequeños, pues lo que quieren lograr es trascender en el tiempo. Y sí, les resulta muy bien.

Y es que con Up no sólo se puede reír, sino que también se puede sufrir. Basta ver los primeros cinco minutos para emocionarse con la historia de amor de Carl y Ellie, con su sueño de ser padres, con la muerte de ella y con la soledad de él. Ahí está el punto crucial de la trama, el motor de la historia. Desde ese momento no habrá deseo de querer despegarse de verla, a no ser que la tristeza pueda más y quieras desertar, lo que sería un total error. 

El deseo de cumplir un sueño, un niño explorador, un “cuervito”, un perro que habla y un ídolo de la infancia se toman los 96 minutos de film. Y hay absolutamente de todo. La pena del comienzo, el enojo cuando Charles Muntz quema la casa que se dirige a Cataratas del Paraíso, la emoción cuando Carl descubre el libro de Ellie con fotos de ellos dos y la alegría cuando Russell es reconocido como guía explorador dan vida al film. Cada momento hace de esta una película redonda, incapaz de aburrir al espectador.

Más allá de la belleza de los colores, la correcta simpatía y antipatía que generan los personajes y esa banda sonora que musicaliza de forma perfecta los minutos, lo notable es el gran mensaje que tiene. Porque si bien el relato es muy soñador -una casa volando con cientos de globos lo deja claro-, tiene demasiado de la vida misma. Hay muchos momentos que son capaces de conectarnos con nuestra propia historia.

Todos hemos perdido a un ser querido y sufrido tal como lo hizo Carl. Por esto es que se puede entender el dolor del personaje cuando está ahí, despidiendo a la mujer que tanto amó y con quien encontró la felicidad. Es una ley de vida pasar por un momento así y la película no podía quedarse ajena a ello.

¿Quién no ha querido cumplir un sueño? Carl y Ellie lo querían, y aunque ella no lo pudo lograr por sí misma, su esposo haría que igualmente lo alcanzara. Trasladar la casa en la que vivieron por tantos años fue la manera elegida. Y pareciera ser la forma más correcta de decirnos que ese anhelo es una carga que hay que llevar y luchar hasta alcanzar el objetivo y darlo por cumplido. Qué mejor que hacerlo en compañía de quienes más queremos, tal y como lo hizo el señor Fredricksen.




Y hablando de compañía, llega el momento de los perros. Estos animalitos toman un importante protagonismo a lo largo de la película gracias a Muntz, quien creó un instrumento que les otorga voz y les permite comunicarse con las personas. Un aparato justo y necesario para todos los amantes de los canes. Pero más que esto, los amigos peludos se destacan por su fidelidad, sobre todo Dug, quien se queda en el pórtico de la casa cuando ésta va por los aires, esperando a que Carl lo vuelva a recibir. Así mismo, lo ayuda en toda su misión, siendo parte importante para que la pueda cumplir.

Y es el mismísimo Charles Muntz quien también representa algo que toda persona tiene: un ídolo. Carl lo conoce y descubre que no es lo que pensaba. Era detestable, antipático, malo. De vez en cuando esto puede pasar en la vida real, teniendo a esa persona que admiramos tanto, pero al conocerla nos damos cuenta que es todo lo contrario. Otro punto semejante con la realidad.

Y la cotidianeidad vuelve a aparecer hacia el final de la cinta. En la última escena está el señor Fredricksen, Russell y Dug sentados en la calle, tomando helado y contando autos por sus colores. ¿Quién no hizo eso cuando niño? Algo similar ocurre con los créditos, en los que aparecen fotografías de estos tres amigos divirtiéndose en diferentes lugares.


Up es de esas películas que no defraudan. Cumple y supera las expectativas que se tienen si solamente se piensa que es de Pixar. Tiene una historia buena, original y emotiva. Te puede conmover hasta las lágrimas y hacer reír en solo unos momentos.

La fantasía y la realidad se unen en un solo mundo, entregando un potente mensaje. Todos podemos ser un Carl Fredricksen. Todos podemos alcanzar nuestros sueños, independiente de la edad y de si las cosas no están a nuestro favor, incluso más allá de si estamos o no de forma física, porque alguien los podrá cumplir por ti. He aquí el porqué de que esta película no sea sólo una más.

La promesa del título se cumple, es una aventura de altura para ellos y para el espectador. Si bien nosotros no llegamos a las nubes tal como el señor Fredricksen, Russell, Dug y Kevin lo hicieron, podemos llegar a las nubes viéndolos a ellos lograr la misión.



Por Rosa Figueroa

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