Conciertos musicales, el opio de los melómanos
Por Valentina Ortega Ortiz
Amo ir a conciertos, por lo general me
gusta ver cantantes de mi agrado, sin embargo por acompañar a alguien o por ser
un evento gratuito he presenciado a cantantes como Los Vasquez, Ricky Martin o
Los Iracundos, y si bien no han sido experiencias gratas, he comprobado que en
todos los conciertos siempre, pero siempre, hay fanáticos. Esos que tienen las
bandas en el pelo con el nombre del cantante o grupo, que llevan un cartel,
cantan todas las canciones y esperan hacer llegar un peluche al escenario –un minuto
de silencio por todos aquellos regalos que no lo lograron y se perdieron en las
masas- da lo mismo lo que se escucha todos hemos sido, somos o seremos fanáticos
incondicionales.
Y es que en los conciertos las
personas se liberan, conocido es el mosh, donde llueven los combos y patadas, o
como olvidar a las abuelitas llorando en el Festival de Viña por Marco Antonio
Solis, el fanatismo saca tu lado más extremo, no hay inhibiciones. Típico
panorama es el hablar con todo el desconocido que te topes esperando a un
artista, ya sea porque se está pegado al otro o por simpatía –por lo
general todos son igual de fans- ponerse de acuerdo para que nadie más se pase
para adelante, compartir una botella de agua y un sinfín de cosas más. También es raro que
a alguien le de vergüenza bailar o cantar, al contrario siempre existe gente
que más que cantar grita desaforada.
Jamás olvidaré el momento en que
descubrí que mi tía tenía una coreografía para todo el repertorio musical de
Los Iracundos, nada en contra de ellos pero apenas se mantienen en pie. Sin
embargo la mayoría del público –mujeres de la tercera edad- estuvo de pie la
hora que los uruguayos se presentaron.
Observando este contexto es que me di
cuenta que mi actitud en un concierto no difiere mucho del de las señoras, ya
sea en el concierto de los Arctic Monkeys el 2014, la presentación de los
Strokes en Lollapalooza de este año, o hace poco la sesión acústica de Denver
en la Disquería Chilena, mi actitud viendo a mis artistas favoritos es similar
y creo no ser la única.
En esta última salida musical era un
enorme grupo de personas apretadas en una disquería del porte de una zapatería,
la puerta estaba saturada y no había forma de salir ni de entrar, era un show
gratuito y aunque el evento en Facebook quiso pasar piola, no lo logró. Los que
estaban adelante cerca del dúo musical eran
un poco más tímidos al cantar y gritar que los de atrás, a pesar de esto en el
momento en que Milton Mahan y Mariana Montenegro interpretaron “Miedo a
toparme contigo” la disquería se transformó en un coro de gente despechada
gritando a los cuatro vientos “y las promesas que nos hicimos a mí me apestan,
pero a ti te dan lo mismo”.
Ya sea si te gustan Los Iracundos o
Denver, lo mágico –por decirlo de alguna forma- de ir a un concierto es que
puedes tener el codo de un extraño en tu mejilla y aun así vas a sentir que el
cantante y sus canciones van para ti y no hay nadie más, se relacionan contigo,
tus ideas, anécdotas y experiencias. La identificación con el artista y lo que
cuenta es lo que transforma a las personas en fanáticos, el ver proyectada tu
persona en una canción, y cantarla a todo pulmón es lo que hace a las personas
gastar plata que no tienen por ir a un concierto que con suerte va a durar dos
horas, pero serán dos horas de puro éxtasis y liberación.
Si no me cree, existe un estudio de la Universidad de Deakin en Australia que demuestra que quienes
van a conciertos y festivales son más felices, así que dejen de gastar dinero
en psicólogos o Flores de Bach, si quieren ser felices por un momento vayan a un
concierto.
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