“El sabor de las cerezas” [de Abbas Kiarostami]: un film que nos invita a resignificar nuestra existencia y el tabú en torno al suicidio
Por
Inés San Martín De Vasconcelos
Siempre he sido
enemiga del cliché “la vida es un regalo”, odio cuando la gente juzga y critica
a quienes terminan con la suya, sólo por basarse en la religión, como paradigma
castigador de aquel muy entre comillas “imperdonable pecado”. Sin embargo, hace poco perdí a una
amiga muy cercana, y la perdí de la manera más trágica y triste en que pude
haberla perdido: un suicidio.
El suicidio como
tópico literario o cinematográfico, jamás me había calado tanto el alma, ni el
cuerpo, sino hasta que empecé a experimentarlo desde la otra vereda. Porque
claro, no es lo mismo, verse agobiado por los problemas y pensar en acabar con
todo, que vivir la post muerte auto infringida de alguien a quien quisiste con
fuerza terrible.
"El sabor de las
cerezas", de Abbas Kiarostami, vino a ser mi terapia luego de la muerte de mi
amiga. Una película iraní, que toca temas tan profundos como el significado de
la vida y la muerte, y más aún: del suicidio. Con un tratamiento audiovisual
que sin duda, nos hace sumergirnos en las fibras más hondas de nuestras emociones
y reflexionar en torno al tabú social que se teje en torno al suicidio, a la
capacidad humana e individual de marcar el propio fin.
La cinta
dramática, se desenvuelve en Teherán y los alrededores de la capital iraní, en
calles polvorientas y pobres canteras, en un desértico panorama visual, donde
el señor Badii o Mr. Badii, el protagonista (Homayoun Ershadi), es un taxista
que recorre tristes caminos en busca de quién lo entierre, justo después de que
lleve a cabo su intoxicación con somníferos.
Mr. Badii, un
hombre de edad madura, tal vez de unos cuarenta y tantos años, del cual se
entrega muy poca información a lo largo del film, está decidido a acabar con su
vida, y eso es lo único claro. Se le muestra exhausto, con el rostro cansado y
la desesperanza dibujada en su aura y sus ojos.
Así, avanza la
trama, con una cámara fija puesta en la parte delantera del auto que maneja el
protagonista, permitiéndonos observar en primeros planos, el rostro de él y sus
pasajeros, y escuchar casi íntimamente, los diálogos que con ellos intercambia.
No voy a spoilear
la película, me niego rotundamente a romper la magia indescriptible que
envuelve a su trama y a sus personajes. Me niego a contar el final, a caer en
una narración fácil y cronológica de los
hechos. Pero lo que sí haré, es decir que, la película no cuenta con muchos
elementos, no cuenta con una producción hollywoodense, con actores sacados de
un casting publicitario, tampoco hay diálogos dinámicos, ni música pop.
El film es
simple, y es esa simpleza, la que nos captura desde el primer plano en movimiento.
Es una ficción que se nos presenta como real, muy cercana, muy humana, muy
bella.
A mí, me
emocionó hasta las lágrimas. Tal vez, porque como mencioné al principio,
siempre he sido una odiadora compulsiva de los clichés. Y “el sabor de las
cerezas”, como metáfora, me sonaba a cliché, me sonaba a falsedad, a repetición
sin sentido.
No obstante, me
encontré con un montón de emociones y sensaciones, cuestiones que tal vez, no
están a la vista, hay que saber verlas, saber encontrarlas. Cuestiones que se
esconden de la mirada de los superficiales. Sin duda, una película cien por
ciento recomendable para analíticos, reflexivos, detallistas y calmos
pensadores.
Una película que
nos regala diálogos profundos, que nos invita a re evaluar nuestra existencia, lo
que hemos hecho hasta ahora y en lo que –eventualmente- terminaremos. Un
recorrido en el tiempo y el espacio, que se hace muy natural y genuino, al
contar con una atmósfera tan calma, casi vacía: un desierto, el desierto típico
de Teherán. Un vacío conjugado, que nos hace ahondar en nuestros propios
vacíos.
Mirémoslo como
un espejo. Sí, “El sabor de las cerezas”, como ese reflejo de nosotros mismos,
como ese vínculo con el protagonista, como esa conexión con el guión y la
trama, como la visualización en pantalla de muchas de nuestras vivencias.
Film, que
además, toca el tema del suicidio de una manera pocas veces vista en el cine,
con voces a favor y disidentes, pero por sobre todo, con naturalidad y
sabiduría, con emoción y racionalidad.
Eso nos entrega
Kiarostami, una experiencia que cuesta encontrar en las películas que nos
ofrece la cartelera de cine, que cuesta encontrar en el mainstream
mercantilizado de la gran industria cultural: una metáfora con forma y fondo,
con contenido, con reflexión. No por nada, ganó una Palma de Oro el mismo año
de su lanzamiento (1997).
Saber si el
señor Badii, se suicida finalmente o no, es tarea de cada uno, de quienes estén
dispuestos a ver la película completa. Sin embargo, y más allá de eso, la
recomiendo, por todo lo que la compone y articula, por el mensaje y su
discurso.
Porque finalmente,
la vida es como el sabor de las cerezas, de esas cerezas recién cortadas de la
mata: a primeras amarga, a ratos dulce, para algunos “encantadora”, para otros
“sin sabor”. Pero ¿quién puede reprocharle a aquellos que no les gustan las
cerezas o a aquellos que deciden darle un mordisco y luego botarla?...
[Película completa, disponible en YouTube]
Ficha técnica
Título original: Ta'm e guilass
Año: 1997
Duración: 98 min.
País: Irán
Director: Abbas Kiarostami
Guion: Abbas Kiarostami
Fotografía: Homayon Payvar
Reparto: Homayoun Ershadi, Abdolrahman Bagueri, Safar Ali Moradi, Afshin Khorshid Bakhtiari
Productora: Abbas Kiarostami Productions /
Ciby 2000 / Kanoon
Género: Drama | Road Movie. Drama
psicológico.
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