MISA DOMINICAL: EL PEOR PANORAMA DE LA VIDARKS (PARA UN/A HEREJE)
Por
Inés San Martín De Vasconcelos
Es domingo, y en
vez de estar haciendo cualquier cosa, como ver tele, pasar la caña, leer un
libro o aprovechar de escuchar a los pajaritos cantar en mi ventana del campo,
me veo obligada a levantarme temprano y
acompañar a hermano chico a una actividad de la catequesis. Mamá y papá
no pueden asistir, por otros compromisos (que también tienen que ver con la
iglesia). Entonces, cumplo (con mala cara y harta rabia), el rol de hermana
mayor responsable: asistir al evento más aburrido del planeta: una misa
dominical cualquiera, una misa dominical como todas.
Nací en una
familia requetecontra católica apostólica y romana, fui a un colegio de monjas
como hasta los catorce años y me crié con los mandamientos y la biblia, debajo
del brazo. Mi mamá es profe de religión, picada a opus dei, de esas viejas
“rodilla pelá”, que rezan el rosario todos los días. Y mi papá, es de esos ex
revolucionarios- ateos, que se convirtieron al catolicismo (por conveniencia o
temor de dios, jamás lo sabré), pero a última hora.
Hoy, ambos
dedican su existencia a la alabanza de dios, a la repetición de sermones sin
sentido, a “combatir” el cáncer de la Nueva Era: las fuerzas demoníacas que nos
tientan a caer en estos tiempos postmodernos.
Yo, por mi
parte, soy la mayor de cuatro hermanos, la oveja negra de esta familia
disfuncional, el cordero extraviado, la hereje, la bruja, la que a los diez
años, decidió no volver a pisar una iglesia, la que, desde entonces, nada
contra la corriente.
No obstante,
aquí estoy, frente a un altar, sentada, semi taimada, observando a la gente que
empieza a llenar la parroquia, viendo cómo hermano chico se deslumbra aún con
este circo. Aburrida, esperando que el show parta cuanto antes, porque sí, las
campanadas de las 12:00 hrs, ya sonaron,
y el cura, en cualquier momento, está por ingresar.
Mi odio hacia
las iglesias, es directamente proporcional a lo que me generan los cementerios,
los peluches, las canciones cebolla, los “pilar-sordismos” y el Kike Morandé.
Soy una odiadora compulsiva, lo admito, pero
se trata de un sentimiento potente, que me cuesta controlar.
Por lo tanto,
entrar a una iglesia, significa para mí, viajar en el tiempo, retroceder doce
años atrás, antes de que me retirara de las pistas. Es revivir los miedos en mi
memoria, es volver al colegio de monjas, a una infancia reprimida, al temor al
infierno. Es volver a ese día en que me enteré que el cura René Aguilera, se
había colgado de unos barrotes de la iglesia, luego de haber sido acusado de
abuso sexual contra menores, contra chicos de mi edad. Eso me genera la
iglesia: escalofríos.
Observo, y todo
a mi alrededor es lúgubre, el cura entra y empieza la liturgia. Casi como por
costumbre, reparo en que conozco todos y cada uno de los rezos y canciones, y
contestaciones de la ceremonia, y debe ser por la intensa década en que
pertenecí a esta mierda. Y debe ser, porque en el fondo, los niños aprenden
rápido y después sólo repiten como loritos.
Empiezo a
sentirme mal, comienza a dolerme la cabeza y tomo asiento. Respiro profundo y por
mi nariz, entran “aires de perfección”, aroma típico de las iglesias, aroma que,
sólo una hereje como yo, podría detectar.
Me convenzo a mí
misma que, éste es un mero trámite, y me dispongo a ser lo más tolerante
posible, a escuchar con atención la primera y segunda lectura, el salmo y la
plática. Sin embargo, el convencimiento dura poco, al escuchar las barbaridades
que de ahí se desprenden, y no me queda otra, que empezar a ver al sacerdote,
como lo que siempre fue: un payaso, un títere servil al Vaticano.
Sí, una especie
de stand- up comedy, se toma el lugar. Quiero pensar que el tiempo se detuvo en
esta iglesia y que el cura habla desde el sarcasmo y no desde un paradigma
real. Quiero pensar que la gente dice “amén”, en respuesta a lo risible de la
plática. Quiero creer que las ofrendas que llevan al altar, son como el regalo
que hace el local (por cortesía de la casa) al humorista en cuestión. Quiero imaginar
que las bolsas burdeos y el sonajero de monedas, son parte de la paga del show.
Y quiero, quiero convencerme a toda costa de que, estoy sentada frente a un
escenario ficticio, para nada real.
Pero demonios, mi
mirada se cruza con la hostia consagrada, el cuerpo y la sangre de cristo
(really?), y caigo en cuenta que todo lo que observo, efectivamente está
ocurriendo; la gente por hambre o fe (tampoco lo sabré), se levanta de sus
asientos, hace una fila india y traga partecitas o trocitos de su líder. ¿En
qué película de horror, se experimenta un canibalismo tal?... (silencio). Y, de
un momento a otro, todos se sienten parte de esa “santidad” que tanto veneran y
que jamás comprenderé bien.
Venir a la
iglesia un día domingo, me genera incomodidad, me genera cuestionarme por qué
no pude tener una infancia tranquila, libre de parábolas y amenazas, libre de
ese temor al “rechinar de dientes eterno”, que se supone, es lo que me espera
por ser una hereje.
Venir a la iglesia un domingo, me hace volver a experimentar esa moral culposa y puritana con la que me crié.
Venir a la iglesia un domingo, me hace volver a experimentar esa moral culposa y puritana con la que me crié.
Termina la
tortura, con las manos en alto y la bendición del sacerdote en dirección a los
fieles, y esos mismos que repitieron sin consciencia el padrenuestro y el credo
a lo “Pablito clavó un clavito”, abandonan el recinto, transformados en mejores
cristianos, en mortales que emanan santidad.
Yo sigo igual,
vestida de negro, con mi imborrable aura de hereje. Hermano chico corre hacia
mí, me abraza y me da “el saludo de la paz”. Viene contento, porque a la salida
de la iglesia, hay torta y bebida gratis. Torta y bebida gratis para los
creyentes.
En conclusión,
un panorama 1000% recomendable para gente udi, herederos de Jaime Guzmán,
familias que juegan a ser perfectas, almas confundidas e individuos en busca de
la iluminación.
Por el
contrario, doce años sin pisar una iglesia (exceptuando dos velorios, una misa
del gallo y esta actividad), me dejan claro que, las cosas no han cambiado, y
que sigue siendo un panorama un millón de veces repudiable para críticos,
escépticos, brujas y herejes.
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