PANITAO, EL CHILE DE SIEMPRE


Cuando era muy pequeño alrededor de unos 7 años vivía en Puerto Montt, una ciudad muy lluviosa al sur de Chile, ahora que he conocido otros lugares y estando en una capital, esa ciudad era bastante aburrida, no mucho que hacer más que jugar en la plaza con los amigos del colegio si es que ese día no llovía.

Por aquel entonces mi familia vivía en lugares muy dispersos algunos al norte o en la capital y la gran mayoría fuera del país. Mis abuelas tanto por lado materno y paterno vivían en un sector rural más o menos cercano a puerto Montt. Los fines de semana cuando mis padres se desocupaban del trabajo nos permitíamos un pequeño viaje por unos dos o tres días a Panitao.

Íbamos en auto hasta las afueras de la ciudad para irnos durante unas tres horas por un camino de tierra y piedras. No era un viaje demasiado seguro, partiendo po de que no estaba asfaltado, además de eso constantemente había que ir frenando porque delante del auto estaba pasando un grupo de vacas u ovejas. Cuando uno piensa en un viaje en automóvil se imagina que al ver por la ventana vera otros autos, aquí era más normal ver a un caballo tirando de una carreta.

La zona es básicamente puro bosque o alguna esplanada donde trabajan los ganaderos, por lo cual es una zona bastante tranquila, automóviles pasan poquísimos así que el único ruido que uno escucha son los sonidos propios de la naturaleza, y a mi infancia dar un paseo tranquilo y correr entre los arboles era suficiente.

Algo que me llamaba la atención es que las casas de la zona fácilmente están a kilómetros de distancia, por lo cual no es muy fácil asomarte por la ventana y ver a tu vecino, pero a pesar de eso la comunidad de residentes de la zona eran muy amables entre sí, se conocían casi todos (supongo que es porque tampoco era mucha gente) y se visitaban llevando los distintos productos que elaboraban como muestra de cortesía.

En cuanto a comida, nunca he estado muy familiarizado con la gastronomía sureña, si alguien me pregunta ahora mismo que comen en aquellas zonas, la verdad no tengo ni idea, pero si recuerdo el toque hogareño que podía darle a la comida una abuela. Siempre me recibía con un kutchen de frambuesas, sus mermeladas y algo que enamora hasta el día de hoy. Una fruta llamada “murta” de la cual tampoco tengo idea que es, solo podría describirla como un fruto del bosque pequeño, rojo y muy dulce, los cuales nunca he visto en otro lado que no sea allí, hoy cuando viene de visita siempre me trae una bolsita con unas cuantas.


A mi edad y con lo que me gusta la ciudad, no me apetece mucho darme un viaje a un bosque perdido en medio de la nada y por lo que me cuenta mi abuela lo único que ha cambiado es que ahora la carretera si es una carretera, pero no lo descarto como un lugar paradisiaco que debería volver a visitar para desintoxicarme de las prisas de la capital.
Por: Felipe Carreño

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