Camino: Desgracias que dan esperanza

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Quizás poco han escuchado hablar de Camino, eso en el mejor de los casos. Lo cierto, es que la película española de 2008 consiguió seis galardones en los premios Goya, el año siguiente de su estreno. Triunfos que si bien son justificados para el jurado, aún no he logrado comprender. La vi una vez y con eso, suficiente.

Llegó a mí de casualidad. Todas las tardes nos devolvíamos del liceo viendo una película en el furgón, ya que el viaje de regreso a casa duraba dos horas. Habíamos pasado por terror, romance, comedia, pero nada como Camino.

La historia comenzó con las vivencias de una chica llamada como la misma película y que padecía de un tumor cerebral. No sé si fue porque la vi con más gente, pero más que compadecerme del relato, sentía que cada escena era morbosa, lastimera e, incluso, exagerada.

Alexia González-Barros es la niña que inspiró el film, basado en los 10 meses que pasó enferma, los que se tradujeron en su muerte a los 14 años. La trama busca rescatar su experiencia con el primer amor -y único-, su vida familiar Opus Dei y la intermitente amenaza de morir.

Lo anterior, lo logra con creces. Vemos el sufrimiento de Camino que se va acrecentando cada escena un poco más, hasta un punto en donde se llega a pensar ¿realmente puede pasarle algo más?

Si bien la narración se centra en el tumor cerebral que le impide moverse y la mantiene internada en un hospital, diversas enfermedades comienzan a sumarse a la primera dolencia. Desde una quebradura en la columna hasta la pérdida de visión, afectan a la protagonista que nos hace cuestionarnos el uso y la legalidad de la eutanasia. Porque tras tanto sufrimiento, ¿cómo no hay una chance para terminarlo?

Como mencioné anteriormente, la historia pasó de buscar una empatía y conmoción en el espectador a generar una especie de efecto tragicómico. Y es que a nadie le causan gracia las enfermedades, pero luego de tantas injusticias y mala suerte comenzamos a dudar si estamos en presencia efectivamente de Camino o de Yuyin.

Llega a ser tanto el abuso de argumento que en la película aparece incluso un ángel, el que por cierto no es acompañado de efectos especiales de gran calidad. Hay que destacar, de todos modos, que la incorporación de este elemento nos acerca más a la realidad de la familia de carácter Opus Dei.

Ahora, si hablamos de la experiencia amorosa de Camino, esta se presenta como una aventura bastante cándida, lo que le da un plus a la película en cuanto cercanía con el espectador.

En este punto del relato, quisiéramos que la historia se desarrollara más, pero no se puede. Camino no puede. A través de sueños que la adolescente tiene durante su estadía en el hospital, logramos imaginar e idealizar junto con ella el primer amor.

A pesar de que Camino pretende posicionarse como una película esperanzadora, mostrando la crudeza de la enfermedad, pero también su lado más sensible e inocente, esta no lo logra debido al abuso de recursos conmovedores. Y es que para asemejarse a la historia real y enternecer al público, genera rupturas y conflictos escena tras escena.

Ahora, siendo sincera, es probable que si veo la cinta sola y con un estado de ánimo deplorable rompa a llorar por cada tragedia que atraviesa la niña. Aunque pensándolo bien, no, tanta desgracia se torna burda y sin sentido.

Al contrario de los críticos pertenecientes a los Premios Goya, yo me arrepiento de haber invertido tiempo y atención en una película de esta envergadura. Y es que si queremos ver un trabajo que nos otorgue esperanza y sirva como refugio para sensibilidades podemos siempre recurrir a Un paseo para recordar, The bucket list o -alejándonos del estereotipo del enfermo- Siete almas. 




Por Camila Aliaga 

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