Mi pequeño paraíso
No se si estoy más viejo, amargado o algo por el estilo, pero me siento cada vez más cabreado de Santiago.
Con una velocidad a la que me cuesta cada vez más adaptarme, la capital me resulta poco atractiva, sofocante e insegura.
La gente tiende a mirar a otras localidades a la hora de tomar un merecido descanso de fin de semana. El aislamiento y la serenidad se vuelven algo necesario después de las agitadas jornadas de quehaceres en la ciudad.
Entonces ¿Cuál es mi arma secreta para evadir esta ciudad que, a veces, es tan de mierda ?
Adquirida con mucho esfuerzo por mi padre en 2004, existe una parcela que ha sido la sede de los eventos familiares más memorables de mi infancia, adolescencia y adultez.
"Parcela Santa Patricia" , en honor a mi madre, es el nombre de este 'patio gigante' ubicado a 60 kilómetros de Santiago, camino a la Laguna de Aculeo.
Acudo a este campo casi todos los fines de semana, donde perros, yeguas, liebres y aves en general forman de este paradisíaco punto a casi una hora de la capital. Mención especial a las gallinas y sus gloriosos huevos de campo.
Kayla, Garbo, Kayser, Dominga, Perla, Isa y Canito son los fieles perros que le dan vida a esta especie de granja llena de abundancia.
Eso sin mencionar a los corderos que alguna vez tuve, El Morandé y la Bolocco. Esta pareja tuvo crías, y una de ellas se puso bélica,ya que te carneaba justo en la cadera. Estaba cagado de la cabeza, así que lo tuvimos que vender.
Ubicado específicamente en el sector de Huiticalán, mi campo está rodeado de cerros, ríos y praderas. Una caminata con los perros nunca está de más para disfrutar de las virtudes de este lugar al que aún no llega el devastador paso de la urbanización.
Los niños, sobre todo, son los que más disfrutan de este espacio abierto, ideal para compartir en familia y con los animales -ojalá lejos de los corderos- además de poder liberar tensiones con un buen chapuzón en la piscina durante días calurosos, para finalmente descansar bajo algún naranjo, ciruelo, cerezo o nogal, entre los muchos árboles que se encuentran a disposición.
Ah, y cómo no mencionar el hueveo. Los mejores carretes me los he sacado en este lugar, donde puedo mezclar familia y amigos sin problema alguno. Como dicen por ahí, lo comido y lo bailado no me lo quita nadie.
Pero cuando llega la hora de irse, se vuelve todo más triste, lo que se puede ver reflejado en mis primos y sobrinos que lloran cuando les toca despedirse de los perritos, los que también sufren cuando quedan solos. Penita.
Gracias en este lugar viví cosas que probablemente varios citadinos no han tenido la fortuna de experimentar. El amor por la tierra y el odio por la ciudad son algo que me divididen constantemente.
Solo debo tomar un bus en el terminal de Estación Central y adiós, Santiago. Ojalá el fin de semana durara para siempre.
Por Pablo Rodríguez
Con una velocidad a la que me cuesta cada vez más adaptarme, la capital me resulta poco atractiva, sofocante e insegura.
La gente tiende a mirar a otras localidades a la hora de tomar un merecido descanso de fin de semana. El aislamiento y la serenidad se vuelven algo necesario después de las agitadas jornadas de quehaceres en la ciudad.
Entonces ¿Cuál es mi arma secreta para evadir esta ciudad que, a veces, es tan de mierda ?
Adquirida con mucho esfuerzo por mi padre en 2004, existe una parcela que ha sido la sede de los eventos familiares más memorables de mi infancia, adolescencia y adultez.
"Parcela Santa Patricia" , en honor a mi madre, es el nombre de este 'patio gigante' ubicado a 60 kilómetros de Santiago, camino a la Laguna de Aculeo.
Acudo a este campo casi todos los fines de semana, donde perros, yeguas, liebres y aves en general forman de este paradisíaco punto a casi una hora de la capital. Mención especial a las gallinas y sus gloriosos huevos de campo.
Kayla, Garbo, Kayser, Dominga, Perla, Isa y Canito son los fieles perros que le dan vida a esta especie de granja llena de abundancia.
Eso sin mencionar a los corderos que alguna vez tuve, El Morandé y la Bolocco. Esta pareja tuvo crías, y una de ellas se puso bélica,ya que te carneaba justo en la cadera. Estaba cagado de la cabeza, así que lo tuvimos que vender.
Ubicado específicamente en el sector de Huiticalán, mi campo está rodeado de cerros, ríos y praderas. Una caminata con los perros nunca está de más para disfrutar de las virtudes de este lugar al que aún no llega el devastador paso de la urbanización.
Los niños, sobre todo, son los que más disfrutan de este espacio abierto, ideal para compartir en familia y con los animales -ojalá lejos de los corderos- además de poder liberar tensiones con un buen chapuzón en la piscina durante días calurosos, para finalmente descansar bajo algún naranjo, ciruelo, cerezo o nogal, entre los muchos árboles que se encuentran a disposición.
Ah, y cómo no mencionar el hueveo. Los mejores carretes me los he sacado en este lugar, donde puedo mezclar familia y amigos sin problema alguno. Como dicen por ahí, lo comido y lo bailado no me lo quita nadie.
Pero cuando llega la hora de irse, se vuelve todo más triste, lo que se puede ver reflejado en mis primos y sobrinos que lloran cuando les toca despedirse de los perritos, los que también sufren cuando quedan solos. Penita.
Gracias en este lugar viví cosas que probablemente varios citadinos no han tenido la fortuna de experimentar. El amor por la tierra y el odio por la ciudad son algo que me divididen constantemente.
Solo debo tomar un bus en el terminal de Estación Central y adiós, Santiago. Ojalá el fin de semana durara para siempre.
Por Pablo Rodríguez

Comentarios
Publicar un comentario