Spirit: el corcel indomable

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Julio del 2002. Siete años y mi papá me lleva al cine por primera vez, nos acompañan dos primas y unos amigos del pasaje. Estoy alucinando con el tamaño de la pantalla y eso que aún se mantiene apagada. Llegamos con tiempo y, como peor decisión, nos sentamos en la primera fila. 

Hasta ese momento, yo había visto en su mayoría películas animadas pertenecientes a Disney que se enfocaban en el estilo de vida de las princesas y en el rescate que realizan los príncipes para salvarlas de sus miserias personales. Además de eso, alguna que otra animación por la televisión abierta de Pie pequeño o Todos los perritos se van al cielo.

Y, si bien no era la primera vez que veía una historia que involucrara animales -porque hasta en los cuentos tienen cabida-, Spirit; el corcel indomable es la primera que me generó un click en el cerebro. Quizás porque la vi en el cine o quizás por el desarrollo que tuvo el conflicto a lo largo de la narración. 

El corcel que se muestra en primera instancia como un ser feliz, que hace de la naturaleza y la libertad su hábitat natural, es fuertemente coartado luego de que un grupo de hombres lo aprisionen cuando exploraba el campamento al que pertenecían por curiosidad. 

Esa primera ruptura fue un dolor en mi pequeño corazoncito multiplicado por cinco veces con la intensidad de los sonidos que la gran pantalla emitía. Para qué hablar del asombro que generó en mí, una niña en ese entonces, la crueldad que ejercían los seres humanos contra el indefenso caballito salvaje.

Y es que, además del conflicto presentado por el trabajo audiovisual en donde lo más preciado para Spirit le es arrebatado -su libertad-, la película entrega en mismas proporciones una valoración y preocupación por la naturaleza que nos sumerge en el mundo del caballo quien considera este espacio su hogar.

Los paisajes presentados le dan el rigor de algo sagrado al ambiente, ese que está siendo profanado por la intervención del hombre -vaya, qué sorpresa, ¿no?-. Pero, a pesar de esta pérdida de fe en la humanidad, encontramos una luz de esperanza. Little Creek nos demuestra que así como existen seres perversos, también les hay conscientes y empáticos con los demás integrantes del planeta.

Aunque, hay que destacar que se perpetúan los estereotipos vinculando a los hombres malos con el ejército y al bueno con los indios, quienes resguardan la naturaleza. Esperen, no, no es un estereotipo. Generalizar no está bien, o -como dice Malena Pichot- ¿estoy siendo tan específica que asusta? 

Finalmente, la forma en la que se libera el corcel indomable de los malvados es el momento cúspide de la película. Entre los carros en llamas de un ferrocarril logra zafarse con éxito de quienes en un principio tuvo que engañar haciéndose el muerto para poder liberarse.

Pero, por si fuera poco, la gran escena del caballo apareciendo entre el fuego no se queda sola. Prontamente, vemos cómo logra saltar un risco altísimo con el fin de no volver donde los humanos malos.

A medida que el tramo entre ambas rocas avanzaba con Spirit en el aire, yo deliraba con las maravillas  que podían hacer los caballos y solo pensaba en la Frutilla, una yegua que tenía mi abuelo en el campo y que a ratos nos dejaba cabalgar. 

Sin embargo; más allá de mis sueños con la Frutilla, de lo malvadas que podían llegar a ser las personas y del amor que encontró Spirit con Lluvia -una yegua perteneciente a los indios-, la trama nos habla de una historia de superación, de una lucha incesante que solo termina con el deseo último del caballo, recuperar su libertad. 

Este film invita a los más pequeños y pequeñas a no bajar los brazos, aun cuando las cosas se pongan cada vez más complicadas. Al final, el que no se atreve, no salta el risco. Y Dreamworks se aventuró con esta valiente historia, tal fue y es su éxito que durante este año Netflix lanzó una serie inspirada en ella, llamada Spirit Riding Free.




Por Camila Aliaga

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